Su verdadero nombre y como fue bautizado es Íñigo López de Recalde. Nació el 24 de octubre de 1491 en la provincia española de Guipúzcoa Sus padres Beltrán Yáñez de Oñaz y Loyola y Marina Sáez de Licona y Balda procrearon trece hijos de los cuales Íñigo fue el menor.
Los primeros años de Íñigo transcurrieron en la zona de Loyola, donde sus padres pertenecientes a la nobleza regional, inculcaba a sus hijos una férrea educación ciudadana.
En el año 1507 muere la madre de Íñigo y a raíz de esto una amiga de la familia y esposa del consejero real y contador de Castilla, Juan Velásquez de Cuéllar, solicitó al padre de los niños que le enviase a uno de sus hijos para instruirlo en la corte. La selección recayó en Íñigo, quien con apenas dieciséis años de edad marchó a la población de Arévalo donde permaneció aproximadamente once años.
Oración a San Ignacio de Loyola
Te pedimos que nos concedas
humildad para aceptar siempre
la voluntad de Dios,
igual que tú lograste vencer
toda posición de reconocimiento mundano
y te convertiste en un humilde servidor del Creador.
Te pedimos que por tu intermedio
aprendamos a desarrollar en nuestro interior
la espiritualidad necesaria
para comunicarnos con nuestro Padre celestial,
por medio de una auténtica oración
y un continuo desprendimiento
de los falsos intereses materiales.
Amén.
Adiestramiento educacional
El joven se dedicó de manera especial al conocimiento y adiestramiento de las armas, que ya era una costumbre en la familia. Pero además, disponiendo la comunidad de Arévalo de una muy dotada biblioteca llegó a desarrollar una alta inclinación por la lectura, lo cual alternaba con el perfeccionamiento de su escritura.
Estas no criticables actividades parece que las combinaba con una tendencia a disfrutar de superficialidad que alimentaban su tendencia a la vanidad y a la búsqueda de la vanagloria y de la jactancia, llegando a hacer del manejo de las armas un instrumento para ser reconocido y buscar celebridad.
Desempeño militar
Al morir en 1517 Fernando el Católico, el mentor de Íñigo, Velásquez de Cuéllar, pierde poder y un año después él también fallece. La viuda de Velásquez de Cuéllar decide entonces enviar al joven López de Recalde a estar bajo las órdenes del Virrey de Navarra, el duque de Nájera Manrique de Lara. Desde sus inicios en esta localidad dio señales de poseer perspicacia, sensatez, coraje e independencia, lo cual lo convirtió en un excelente candidato a participar en contiendas militares como defensor de Navarra.
Para el año 1521 se hizo efervescente la insubordinación en diversas ciudades, entre ellas Pamplona donde estaba acantonado Íñigo, quien desde su ubicación en un castillo afrentó a las tropas francesas contrarias. Desafortunadamente una bala lo alcanzó resultando gravemente herido causándole lesiones en ambas piernas, a raíz de lo cual fue trasladado a su residencia en Loyola. Es notorio lo que este hecho repercutió en la posterior conducta de Íñigo, ya que él en su prolongada y difícil reclusión obligada cambió por completo de orientación, durante su convalecencia se dedicó a la lectura de libros piadosos con el resultado fue su decisión de consagrarse a la religión.
Peculiaridades de su nombre
Se comenta que San Ignacio utilizó siempre el nombre de Íñigo, como fue bautizado, hasta el año 1537 cuando obtuvo su grado de Maestro y decidió adoptar el nombre latino de Ignacio por considerarlo universalmente más común.
No obstante, a partir de allí mantuvo el uso de ambas denominaciones, utilizando el nombre Íñigo en sus comunicaciones en castellano; mientras que cuando escribía en italiano o en latín se identificaba como Ignacio.
Y apara el año 1542 y en sus últimos catorce años de vida se dio a conocer únicamente como Ignacio.
Acerca de la conversión de Íñigo
Estando convaleciente en su castillo de Loyola, solicitó que le consiguieran libros relativos a aventuras e historias de guerras, tópico que era su afición hasta ese entonces. Esta petición no pudo ser satisfecha en razón a que en ese momento sólo se consiguieron en el castillo solo dos libros, uno libro sobre la vida de Jesucristo y otro relativo a la vida de algunos santos. No teniendo otra opción comenzó a leerlos a manera de distracción pero en él se despertó un gran interés por dicha lectura que podía pasar largas horas leyendo y meditando. Así llegó a plantearse, como él mismo llegó a referirlo, que si esas personas materialmente iguales a él habían realizado cosas extraordinarias, él también podía hacerlo.
Fue instalándose en él cierto fervor cristiano y se planteó la posibilidad de ingresar a una comunidad cartuja. Pero estos propósitos eran ocasionales, en razón a que prevalecían en su pensamiento las vanaglorias de su carrera militar, su vida libertina y su afecto e interés por una dama a quien frecuentaba. Alternativamente, al releer el relato de los santos reaparecía en él sus aspiraciones de acercarse a Dios entendiendo, además, lo insignificante de los honores terrenales.
Estos últimos pensamientos se hicieron más profundos y prevalecieron en él por el resto de su vida, a consecuencia que llegó a concientizar que las reflexiones relativas a la espiritualidad le producían alivio, sosiego y serenidad; mientras que las ideas mundanas le causaban tormentos. A raíz de estas cavilaciones decidió imitar la conducta de los santos cuyas vidas había leído empezando por someterse a continuas penitencias, siendo premiado en una oportunidad con una visión de la Virgen María. Una vez concluida se convalecencia tomó la determinación de ir hasta Jerusalén, pero antes quiso visitar el santuario de la Virgen de Monserrat donde se prometió adoptar una vida de sacrificios.
Espiritualidad de Ignacio de Loyola
La visita al monasterio de Monserrat que estaba bajo la égida de los padres benedictinos sucedió en 1522, desde allí después de haberse confesado y haber cambiado sus atuendos militares por una vestimenta humilde y sin calzado, se dirigió a un lugar apartado en Barcelona, donde permaneció por un lapso de diez meses en situaciones de precariedad pero dedicado a la oración y al ayuno como preparación a su viaje a Tierra Santa, que emprendió en septiembre de 1523.
Al regresar de Jerusalén a Barcelona empezó a estudiar en la universidad a la vez que trabajaba en hospitales desempeñándose como enfermero y cocinero para ayudar a los enfermos.
San Ignacio y ejercicios espirituales
La profunda meditación a la que se sometió durante su inicial vida ermitaña le permitieron concebir la idea de la necesidad de ejercitarse espiritualmente, es decir aprender a utilizar la espiritualidad para fortalecer el alma y prepararse para la eternidad bajo el goce del Creador.
Esta filosofía se convirtió en lo que hoy se conoce como Ejercicios Espirituales, que es una actividad que se desarrolla en un ambiente de recogimiento interior individual, lo cual garantiza y favorece la comunicación con Dios.
El fundamento de estos ejercicios se hizo público en 1548 y constituyen el deber ser de la espiritualidad de los seguidores de San Ignacio.
Conformación de la Compañía de Jesús
Los diez meses que vivió como anacoreta le proporcionaron otro vuelco a su vida ya que se resolvió cambiar su decisión de llevar una vida de monje solitario por trabajar en bien de las almas para lo cual requería la ayuda de otras personas que se sumaran a su idea.
Para ello se dedicó a la predicación y a promocionar su idea de los ejercicios espirituales lo cual le trajo inconvenientes siendo acusado de disidente y procesado en varias ocasiones. Esto lo hizo abandonar sus prédicas y dedicarse por entero a los estudios, para lo cual se dirigió a Paris.
En esos momentos, Ignacio y varios compañeros hicieron compromisos de pobreza dando inicio a la conocida Compañía de Jesús, teniendo como lema la total obediencia al Papa, de allí que sólo está obligada a rendir cuentas directamente ante el Pontífice. Fue su primer superior general, siendo electo por aclamación de sus compañeros, él reusó adquirir tal compromiso y solicitó una nueva votación, en la misma se obtuvo igual resultado que finalmente fue aceptado por Ignacio, cargo que desempeño acertadamente durante quince años.
Su desempeño en la contrarreforma
Ignacio de Loyola al igual que Santa Teresa fueron dos figuras importantes en la
reforma del catolicismo también conocida como contrarreforma, posición que se hizo necesaria para la Iglesia Católica en oposición a las modificaciones que Martín Lutero, con sus ideas del protestantismo, impuso con el establecimiento de diversos dogmas distintos a los del cristianismo.
San Ignacio se constituyó en un verdadero interlocutor entre la Iglesia y la necesidad de modernizar algunos aspectos eclesiales sin apartarse de la esencia real y verdadera de las enseñanzas de Jesús. Para ello se basó, entre otros aspectos, en la defensa de la doctrina cristiana, en promover la reorganización de las órdenes religiosas dando origen a la creación de los seminarios o escuelas formadoras de sacerdotes y en el papel de los sacerdotes como vínculo directo entre los fieles y Jesucristo.
Aportes literarios de San Ignacio
No descuidó su responsabilidad de dar a conocer sus ideas y propuestas religiosas, las cuales en parte se ven compendiadas en diversos ensayos, entre los que destacan: Autobiografía, Deliberaciones sobre la pobreza, Diario espiritual, Directorio de ejercicios espirituales, Reglas de la compañía de Jesús, entre otros escritos.
Personalidad influyente
La fiesta en honor a San Ignacio de Loyola es el 31 de julio, en razón a que falleció el 31 de julio de 1556 después de importantes problemas en su salud. En sus últimos años tuvo la oportunidad de saber de la multiplicidad de casas que la Compañía de Jesús tenia tanto en Europa como en América y cuyos integrantes desempeñan un rol significativo en diversas confrontaciones filosóficas e intelectuales, así como en la formación educativa de la juventud en los países donde están presentes. Algunos de sus seguidores han tenido la oportunidad de destacar en labores de apostolado como misioneros que llevan la Palabra de Dios a lugares de difícil acceso.
San Ignacio de Loyola fue canonizado por Gregorio XV el 12 de marzo de 1622 y fue proclamado por Pío XI patrono de los ejercicios espirituales.
Es patrono de diversas ciudades tanto en Europa como en América y su nombre y la compañía de Jesús siempre están presentes en los momentos más importantes y decisorios en el conducir de los países donde sus seguidores religiosos hacen vida.